28 diciembre 2009

Macri y las implicancias de un empresario devenido en político

Cuando los hábitos hacen al monje

La serie de despropósitos y singulares pronunciamientos llevados adelante por el jefe del gobierno porteño ponen en tela de juicio las incursiones que efectúan algunos empresarios en la actividad política. Mauricio Macri demuestra que sostiene las convicciones surgidas en su vida como hombre de negocios, cuando utilizaba cualquier medio en pos de alcanzar sus objetivos.


Muchas conductas arraigadas en los hábitos cotidianos de un ser humano difícilmente puedan ser erradicadas ante un cambio de función. Un militar, por ejemplo, se adiestra en la disciplina y el orden, esa es la esencia de su labor profesional. La larga historia de uniformados devenidos en políticos dejó una profusa cantidad de ejemplos del despliegue de sus rasgos autoritarios, en la mayoría de los casos trágicos, a la hora de ocupar la cima del poder.
Hace dos décadas, un candoroso ministro de Economía se quejaba porque los empresarios no habían respondido de acuerdo con sus ruegos. Juan Carlos Pugliese hacía pública su desilusión: “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, ante la debacle generada por las corridas cambiarias y fugas de capitales orquestadas por esos acaudalados sujetos. Pero, ¿podrían haber actuado de otra forma esos hombres de negocios que privilegiaban la preservación de sus dividendos y no habían incorporado a sus convicciones la pregonada función social de la empresa?
La actividad de un alto ejecutivo, en el marco de una gran competencia entre pares y de las presiones de los accionistas por la maximización de las utilidades, se desenvuelve en una constante obsesión por aprovechar todas las oportunidades existentes para incrementar el patrimonio social, su gloria u ostracismo se debate minuto a minuto en función de las opciones elegidas.
Las variantes más tradicionales incluyen la creatividad en la selección de los productos que puedan ser atractivos para los consumidores, obtener los mejores precios y bajar los costos hasta el extremo mínimo posible. De ello se deriva la necesidad de conquistar los insumos más baratos y estancar los salarios durante el mayor plazo que se pueda, para obtenerlo no se dudará en desplegar toda una gama de presiones, poniendo en la balanza su poderío para alcanzar la mejor ecuación posible.
Con respecto a los trabajadores cuanto más divididos y desorganizados se encuentren mucho mejor para el logro de sus fines. Pero cuando la organización sindical resulta un mal menor, el ideal del empresario es una dirigencia permeable a la negociación y a la aceptación de dádivas en desmedro de los intereses de los trabajadores, que implica un costo considerablemente menor en el cuadro de resultados. Esto es lo que explica que la democracia sindical nunca llega a las empresas por voluntad de los empresarios ni de la dirigencia gremial sino debido a luchas encarnizadas de los asalariados. También permite dilucidar por qué razón estos señores consuman pactos con los sindicalistas más funcionales a sus intereses y contribuyen a su perpetuación al frente de los gremios. No sorprende que acuerden despidos de delegados opositores y que hayan llegado a pactar con los dictadores sus secuestros y desapariciones. En la Fiat de Macri se les daba un poder absoluto a dirigentes como Hugo Curto para echar, amenazar y matonear a los opositores aún adentro de la propia planta fabril. Así, ambos se beneficiaban, unos preservaban el poder gremial y los otros conservaban salarios módicos y utilidades satisfactorias.
Es poco probable que desde el microclima en que se desarrolla la actividad de un ejecutivo empresario devenga un político que sea sensible a los problemas sociales, que esté abierto a los debates, a las críticas y a las autocríticas superadoras. No es casual que estos referentes tengan que reconvertirse en dirigentes de clubes, derrochar recursos publicitarios, transformarse en ridículos imitadores de cantantes o bailarines de televisión para granjearse simpatías entre la ciudadanía que sus difusas propuestas difícilmente puedan lograr. Aún cuando puedan participar de acciones progresistas o solidarias lo más probable es que hagan todo lo posible para que la organización sea funcional a sus intereses particulares, convirtiéndose en un grupo de presión para direccionar su política.
Detrás de estos hombres sonrientes y dicharacheros se ocultan personajes formados en las escuelas empresarias, donde reina el autoritarismo, la intolerancia, la competencia más descarnada y la obsecuencia basada en el temor a perder un puesto laboral conquistado, todo en función de que la esencia de la causa empresaria, la maximización de las utilidades, pueda alcanzar un óptimo beneficio.
Estas características típicas de un empresario se potencian cuando el único mérito que ostentó el personaje en cuestión fue el de haber nacido en una “cuna de oro” y aprovecharse del capital acumulado –muchas veces de manera non sancta- para sus veleidades mediáticas, sus vinculaciones con el jet set y el renombre social.
Por esa razón, no debe sorprender a nadie que el gobierno de Mauricio Macri dé rienda suelta a su estigmatización permanente de los pobres y a su malestar por las manifestaciones llegadas desde los suburbios. Tampoco, su desprecio por los indigentes y que los haya expulsado de los espacios públicos utilizando todo tipo de vejámenes. En su concepción utilitaria resulta mucho más económico recurrir a la represión que poner la infraestructura del estado a resolver los problemas de los más carenciados entre los carenciados.
No puede producir asombro que se hayan utilizado los recursos del Ministerio de Educación para contratar un espía y pinchar los teléfonos no sólo de los opositores sino hasta de ocasionales críticos y díscolos parientes. Un CEO teme las traiciones y las infidencias, por eso tiene que prever y estar enterado de las conductas de sus dependientes. En esos ámbitos corporativos todo vale, no rigen leyes que protejan la privacidad, la obsecuencia más absoluta es imprescindible y quienes manifiesten su disconformidad corren el riesgo de ser eyectados de la organización.
No puede llamar la atención que haya reiterado hasta el cansancio que “Fino” Palacios era un excelente policía y el más capacitado para implementar el modelo de la Metropolitana, a pesar de estar involucrado en numerosos ilícitos y que fuera procesado y preso por ellos. En el nombramiento de sus colaboradores en las corporaciones empresarias un ejecutivo impone su voluntad a ultranza, no debe argumentar ni rendir cuentas a nadie.
Tampoco puede provocar sorpresa que haya reivindicado al intendente de la dictadura Osvaldo Cacciatore por haber construido la autopista de la ciudad, sin importarle la ilegitimidad, los desaparecidos, los torturados, la corrupción, los negociados ni la deuda externa que generó. Todos esos temas son minucias frente al portentoso logro de la obra vial consumada.
Donde expuso a la luz pública sus hábitos más arrogantes fue en la persistencia por nombrar contra viento y marea a Abel Posse como ministro de Educación. Todo indicaba que poner a un personaje recalcitrante y provocador al frente de un área de gobierno tan crítica no podía sostenerse en el tiempo. Sin embargo, Macri no hizo ni siquiera una lectura política elemental ni aprendió del paso atrás que debió dar con “Fino” Palacios y privilegió la imposición de su decisión por sobre todas las cosas.
Su conducta está construida en la experiencia de vida de una familia empresaria exitosa, su balbuceante ideología también. No fue una casualidad que detrás de sus prácticas demagógicas de campaña y de su producción como una figura simpática y mediática, se oculten las concepciones más retrógradas que pretenden mimetizar al gobierno autónomo porteño con la estructura empresaria donde se amamantó como hombre. Por esa razón, tiene como permanentes consultores a costosos publicistas, para que construyan el albur de imponer en la sociedad sus “productos” con mensajes subliminales creativos.
Pero donde se hace más evidente su concepción ideológica es en la convalidación de los insostenibles argumentos del fugaz funcionario, intentando minimizar su reivindicación de los genocidas, sus opciones represivas para resolver conflictos, su desprecio por jóvenes y docentes y sus concepciones reaccionarias bajo el eufemismo de ser un “intelectual provocador”. Como un moderno rey desnudo expuso a la luz pública que su práctica política contiene una obsesión regimentadora semejante a la de los dictadores. Macri no tolera manifestaciones, reclamos, medidas de acción directa de los trabajadores y de los sectores más desprotegidos de la sociedad. En su concepción no entra la posibilidad del disenso y de la negociación entre quienes ostentan diferencias sociales. Si esta esencia de la vida democrática está descartada, sólo queda la opción de la imposición, de la represión y la derrota del adversario.
De ello habría que concluir que la nominación de Abel Posse no fue un hecho casual ni un error de gestión, fue la consecuencia lógica de un razonamiento típico de un ejecutivo empresario y de la ideología que su existencia fue determinando en su conciencia.
Esta corrida del telón sobre la esencia del verdadero Macri, tal vez sea un llamado de atención a la sociedad sobre las expectativas que se pueden depositar en este tipo de personajes. La mayoría de los políticos profesionales que ocuparon y ocupan bancas y posiciones de gobierno no demostraron tampoco ser una opción confiable para la sociedad. ¿Habrá llegado el momento de que la selección de los gobernantes sea entre quienes sufren en carne propia la marginación, la represión, la explotación y la angustia de no poder imaginar un futuro para sus familias?


Publicado el 28/12/2009 en www.argenpress.com.ar