22 mayo 2010

Los hombres del poder en los extremos del segmento bicentenario

“Los testigos declararon, hasta donde recuerda el doctor Castelli, que el doctor Castelli rechazó, en La Paz, un caballo con arneses de oro y otros obsequios de valor, y en Potosí veinte mil pesos, a cambio de la libertad de Indalecio González de Sosaca, un vecino expectable. El doctor Castelli, declararon los testigos, salió tan pobre como entró al ejército del Alto Perú. O más.
Lo dicho: no tengo un centavo en mis bolsillos, en los bancos, y donde se le ocurra a nadie que pueda guardar un centavo. De los gastos que mi enfermedad aún ocasiona, se encarga –no por patriotismo– el doctor Cufré. De los otros, los de casa, no son un misterio, todavía, que se preste al rumor malévolo: corren por cuenta de la paciencia de los acreedores, y de las pocas joyas de María Rosa, que María Rosa empeñó.
Aclarado que no soy dueño de moneda alguna –sea de cobre, plata u oro–, ni de objetos de valor, cotizables en mercado alguno, ni de tierras…”
Andrés Rivera (La Revolución es un sueño eterno)



(Por Bernardo Veksler).- Los aniversarios suelen ser un buen momento para efectuar evaluaciones, balances y sacar conclusiones. También para efectuar comparaciones sobre las conductas de los que estuvieron y están en el escenario del poder. Doscientos años de vida independiente constituye un lapso de tiempo adecuado como para hacer una mirada retrospectiva. Ese saludable intento nos llevará inevitablemente a proyectar utopías colectivas y a buscar que los sueños se conviertan en el motor que haga vencer todos los obstáculos que se erijan en el camino del progreso.
¿Qué sucedía en las mentes y en las almas de los protagonistas de esos agitados tiempos? ¿Cómo afrontaban los pasos por venir y las acechanzas que su audaz decisión había desencadenado?
En ese entonces, los criollos estaban cargados de incertidumbres y temores por el futuro. La gran ventaja que tuvieron con respecto a sus colegas de rebeldías de otros sitios de América, fue que enfrentaron a dos invasiones inglesas y las derrotaron sin el menor apoyo español. Ese hecho fue providencial y cualitativo, dado que posibilitó el surgimiento de una resistencia popular, la conformación de milicias y, con ello, la convergencia entre la conciencia y la fuerza necesaria para sostener su empresa con éxito.
Hubo intentos similares al de Buenos Aires en México, Santiago de Chile y Caracas, entre otros, pero al poco tiempo todos defeccionaron. ¿Puede imaginarse alguna situación de mayor aislamiento y debilidad? Pero los hombres de Mayo no se quedaron en declaraciones en salones elegantes, discursos de círculos o acciones diplomáticas. Fueron días de actos heroicos, los que participaron alcanzaron la comprensión de que serían pasos trascendentes y que exigirían inmensos sacrificios.
A pesar de acosos, temores e incertidumbres, su conclusión fue que no debían moderarse por ello. Esos hombres y esas mujeres ya no podían detenerse, su voluntad y sus iniciativas los introducía en una vorágine de una sola mano y una dinámica de enfrentar los enormes obstáculos que se erigían en su camino. Eran seres prudentes que iniciaron una aventura donde la alternativa era la victoria o la muerte y dieron sucesivos pasos al frente.
Eran civiles que debieron tomar las armas y aprender elementales conocimientos de la guerra, de la organización y de la estrategia bélica. Debieron abordar tácticas diplomáticas e incursionar en la delicada telaraña de las relaciones internacionales. Tuvieron que administrar con especial cuidado los escasos recursos de la hacienda pública. Para que su iniciativa no fracase debieron trasmitir a todo el pueblo lo que estaba en juego, contagiarlo del fervor revolucionario para que adhieran a la causa emancipadora y lograr que se sumen a las milicias criollas y al proyecto de la patria naciente.
En ese camino, se asociaron con sus colegas latinoamericanos, que en distintas regiones del continente estaban emprendiendo la misma lucha y la misma causa de liberación del cepo virreinal español. Para lograr el triunfo fueron adquiriendo una capacidad de abnegación ilimitada.
Así se convirtieron en grandes hombres, porque ante la alternativa de elegir entre sus ideales y sus intereses personales no dudaron. La meta a alcanzar era un futuro digno en común y eso estaba por encima de cualquier ofrenda personal.
Así lo demostró José Gervasio de Artigas, quien, a manera de una incipiente reforma agraria, repartió sus grandes propiedades rurales para conquistar y sumar a la peonada a la lucha emancipadora.
Simón Bolívar hizo lo propio, como heredero de una compañía esclavista, no dudó en liberar a los hombres y mujeres africanos sometidos a ese régimen de explotación, para sumarlos a la causa y cumplir los compromisos asumidos con los líderes de la revolución negra haitiana.
Juan José Castelli, el “orador de la revolución” no se permitió incurrir en dobles discursos, liberó a los indígenas de la esclavitud de las encomiendas y proclamó en el templo indígena de Tiahuanaco su emancipación y completa igualdad.
José de San Martín no se engolosinó con la suma del poder, a pesar de haber liberado a tres países y tener bajo su mando a un ejército glorioso y dominante en la región.
Manuel Belgrano apostó al proyecto que había concebido para la sociedad, donó su sueldo para construir y mantener escuelas, porque le dio una importancia mayúscula a la educación para el desarrollo del país.
Todos ellos, terminaron sus días en la austeridad del ostracismo o en la más absoluta miseria. Lo sabían, pero no se detuvieron a especular sobre su suerte personal y pusieron todo de sí para alcanzar el objetivo común.
Así se dio un paso decisivo para romper el dominio colonial. Trece años después, un ejército integrado por peruanos, bolivianos, uruguayos, chilenos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos y argentinos derrotaba definitivamente en Ayacucho a los españoles, logrando la emancipación de Sudamérica, gestando la ilusión de construir una unidad que muchos intereses no toleraron.
En un presente cargado de mezquindades, privilegios y prebendas, de negociados y enriquecimientos sospechosos, de obsesión por el poder y personalismos, hay un formidable mensaje que envían esos hombres que emanciparon a Latinoamérica en el punto de inicio de esta historia bicentenaria. Ellos se despojaron absolutamente de los bienes materiales y aportaron con la generosidad de los heroicos militantes sociales que los sucedieron desde las estepas patagónicas o en los quebrachales, los que resistieron golpes y ajustes antipopulares, los que enfrentaron burocracias y represiones, los que no toleraron la explotación y se solidarizaron con las víctimas para construir desde el dolor un sueño de progreso.
Con las paradojas que quedan en evidencia en el contraste entre las dos puntas del segmento bicentenario, las esperanzas de conquistar una sociedad superadora están depositadas en esos modelos de hombres, en que esas conductas comiencen a ser irradiadas entre nuestros semejantes y que sean la inspiración de las nuevas epopeyas que el pueblo latinoamericano necesita consumar.


Publicado en www.argenpress.com.ar el 21 de mayo de 2010