03 noviembre 2010

Cementerio de la Misión Salesiana de Río Grande

Cuando la desidia es sinónimo de desprecio

Cualquier visitante de la precaria necrópolis ubicada a la vera de la ruta 3, se encontrará con una patética imagen de abandono y destrucción. De alguna manera, la visión eurocentrista que predominó en el trato de los pueblos originarios de Tierra del Fuego, sigue vigente a través del desinterés oficial por preservar ese sitio. A la indescifrable cantidad de tumbas sin nombre y textos con vergonzantes homenajes, se agrega esa lúgubre pintura de la ruina: cruces rotas y esparcidas por el suelo, tumbas sin señalizar, placas y cercos destrozados.

(Por Bernardo Veksler).- Luego de superar una tranquera y un alambrado, se puede acceder al breve predio del denominado Cementerio de la Misión Salesiana de Río Grande. Allí, una innumerable cantidad de cadáveres de nativos fueguinos tuvieron su “cristiana sepultura”. Desde una mediana distancia ya se puede apreciar el cerco perimetral semidestruido, como anticipo de la pintura de desidia y ruina que podrá apreciar el visitante.
Al ingresar al lugar, la perplejidad por el estado en que se encuentra ese sitio de presunto homenaje a quienes poblaron estas tierras desde épocas milenarias es casi inenarrable. Las cruces de frágil madera, que debían indicar el lugar donde fueron alojados los cadáveres de los indígenas fallecidos, se encuentran esparcidas por el lugar carcomidas por los vientos huracanados, la humedad de la costa marina y la erosión del salitre, sin que se pueda observar alguna iniciativa de preservación del sitio.
No obstante, es posible imaginar el lugar cuando los efectos del deterioro no habían hecho los estragos actuales. Allí, encontraron sepultura algunas monjas que alcanzaron el homenaje de tener una tumba de mármol blanco donde figuran estampados sus nombres. Sólo ocupan una pequeña porción del predio de la necrópolis. También esos sepulcros fueron presas del desinterés por conservarlos decorosamente, dado que el pomposo mármol albino evidencia una notoria degradación.
El resto del espacio asignado al “campo santo” fue dedicado a alojar a los nativos que fallecían por doquier en la reservación salesiana, que cumplía la misión de aliviar a los estancieros de entonces de la traumática sustitución de ovejas por seres humanos. Cuando un cura salesiano  presintió el fin de su cometido, afirmó que “ya no es posible atraer a los nativos pues en su ignorancia creen que en la Misión sólo se muere…”. En efecto, acorralados como estaban por los mercenarios que querían engrosar sus bolsillos con libras esterlinas, fueron hacinados y sometidos a la visión eurocentrista, que no podía ni siquiera preservarlos de los virus que los predicadores transportaban. Su sabiduría ancestral logró identificar al lugar con las pestes traídas del viejo continente y que eran desconocidas por sus organismos.  
La concepción reinante de superioridad europea no sólo les impuso cultura, economía y religión; ni siquiera dejó para la posteridad los nombres de los nativos que fueron enterrados en el lugar, sólo puede estimarse la cantidad de “NN” por los restos de las cruces esparcidas entre los pastizales.  
El deplorable estado del lugar no impide apreciar algunas singularidades visuales que caprichosamente se erigen ante el visitante. Al elevar la mirada, se puede enlazar la cruz metálica erigida en el cementerio con el telón de fondo del cabo Domingo, sitio donde presuntamente se concretó una matanza. Al girar la vista hacia el oeste, se puede encontrar otra paradójica relación, al superponer esos herrumbrados caños con la imagen de la cruz blanca de reluciente cemento, que se asoma desde la loma que protege los edificios de la misión e identifica al lugar donde se encuentran inhumados los restos de algunos prohombres de la época.
Los pretendidos homenajes del municipio local complementan el patético paisaje. El eufemismo utilizado en el texto de una placa de bronce es por demás elocuente: “Una cruz mayor que identifica el valor y la presencia de una raza indígena con antiguos pobladores. Reconocimiento de la Municipalidad y población fueguina. Río Grande, julio de 1986”. Algo similar ocurre con el intento de descripción oficial del lugar: “Referencia histórica. En este camposanto descansan en paz los pioneros que posibilitaron los primeros pasos de la Misión Salesiana y los primeros capítulos de la historia de Río Grande. Municipalidad de Río Grande”.
A pesar de las frases de ocasión, de las estatuas y toponimia, del acompañamiento social que han tenido los representantes de la comunidad indígena y de las esporádicas iniciativas en su favor, las imágenes que acompañan a este artículo tienen mayor contundencia que cualquier discurso. A los nativos fueguinos ni siquiera les dejaron la posibilidad de que perduren sus nombres y sus restos siguen siendo tratados con el mismo desprecio que en la época de la primeras coexistencias con los europeos, que pusieron fin a su próspera y milenaria existencia en unas pocas décadas.

Publicado en El Diario del Fin del Mundo