23 marzo 2011

La era de las huelgas insólitas



                        ”Empezaron sintiendo vergüenza por sus ropas de obreros,
                       trataron de ponerse a tono con los despachos y antesalas
                        ministeriales y poco a poco de representantes obreros
                        frente al poder se convirtieron en representantes del
                        poder frente a los obreros.
                        Se enriquecieron, adquirieron hábitos y vicios
                        incompatibles con sus cargos de dirigentes sindicales,
                        burocratizaron sus sindicatos, los transformaron en
                        maquinarias sin contenido, se limitaron —en el mejor de los casos—
 a la acción social, el tanto por ciento de aumento
en cada nuevo convenio, los hoteles de turismo,
las colonias de vacaciones...”
  [Del Semanario de la CGT de los Argentinos, 1968]

 La convocatoria del viernes pasado de los gremios del transporte a la realización de un paro de actividades en apoyo de Hugo Moyano, finalmente dejado en suspenso, no hizo más que poner en evidencia los hábitos corporativos con que busca protegerse la cúpula dirigencial y su alejamiento creciente de los intereses de los trabajadores.
El antecedente más próximo fue la reacción que tuvieron algunos militantes de la entidad que agrupa a los trabajadores rurales, en defensa de la “intachable” conducta del “Momo”  Venegas en el manejo de los fondos de las obras sociales. Pero las insólitas medidas de fuerza que convocó últimamente el sindicalismo argentino no se limitan a proteger sus oscuras riquezas, sino que también se consumaron en defensa de acusados de falsificar medicamentos para enfermos crónicos, como el bancario Juan José Zanola, o de ser autores materiales o intelectuales del crimen de Mariano Ferreira, como José Pedraza y su patota ferroviaria.
El encarcelamiento de estos dos poderosos sindicalistas “vitalicios” generó una gran preocupación en sus colegas, haciéndoles olvidar diferencias aparentemente irreconciliables. Ya no importaba que el “Momo” Venegas nunca haya movido un dedo para denunciar al trabajo esclavo a que se somete a los trabajadores rurales o de su connivencia con la Sociedad Rural; no importaba  de los enfrentamientos armados con los seguidores de Gerardo Martínez o de José Luis Barrionuevo. Tampoco importaba el pasado conciliador con gobernantes de facto, represivos o entreguistas como el de los “Gordos”. Lo primero que había que tomar en cuenta era la subsistencia de los negocios y el interés común de obstaculizar cualquier intento de investigar y esclarecer las razones de sus portentosas vidas. Esta nueva e insólita medida de fuerza había sido convocada también con la clara intención de ganar espacios de poder en el oficialismo. En forma colateral, también iba a implicar una devaluación de la acción colectiva de la clase obrera.
Los trabajadores que la hubieran acatado, lejos de defender los derechos y reivindicaciones del movimiento obrero, hubieran contribuido a preservar a la camarilla que en los últimos tiempos ha protagonizado escándalo tras escándalos: tiroteos, asesinatos, apretadas, vínculos con las barras bravas, medicinas truchas para pacientes de enfermedades crónicas, creación de empresas para la explotación de asalariados tercerizados, utilización de los activistas gremiales para imponer contratos beneficiosos para empresas colaterales, etc.
No pasó desapercibido, que paradójicamente se ignoraron los procesos judiciales que apuntaban a luchadores obreros criminalizados por enfrentar la injusticia, como fue la prolongada lucha de los trabajadores de subte por autodeterminarse y la de los obreros de Kraft Terrabusi por enfrentar a una patronal negrera, personificados en Néstor Segovia y  Javier Hermosilla.
Inevitablemente, esta sucesión de hechos está poniendo nuevamente en el centro del debate al modelo sindical que impera en Argentina y que tantos cuestionamientos ha recibido en el último medio siglo de historia. ¿Cómo puede ser posible que una estructura que nuclea a un sector protagónico de la vida social del país, esté en las férreas manos de dirigentes vitalicios capaces de lucrar con la salud de las familias obreras, de personajes que han protagonizado acciones desestabilizadoras de gobiernos democráticos, que han pactado y convivido con las dictaduras más sangrientas, que han utilizado patotas, barras bravas y grupos comando para impedir la conformación de listas opositoras, que han colaborado con los secuestros, desapariciones y asesinatos de delegados y activistas, que se exhiben como acaudalados potentados mimetizados con el jet set empresario y que no dejan de enriquecerse mientras sus afiliados viven angustias y zozobras? ¿Por qué razón el precepto constitucional de “organización sindical libre y democrática, reconocida por la simple inscripción en un registro especial” resulta casi inalcanzable para los trabajadores? ¿Este tipo de sindicalismo es compatible con una sociedad democrática o es funcional a todo tipo de negociados de los gobernantes con la simple concesión de recursos públicos?
No siempre fueron de ese tenor las motivaciones de los hombres y mujeres que estuvieron al frente de las entidades sindicales. El medio siglo anterior, el de la etapa fundacional de las organizaciones obreras, las metodologías que imperaban en el sindicalismo estaban determinadas por la conciencia de pertenencia a la clase trabajadora, por una capacidad de abnegación, honestidad y solidaridad que se reflejaron en innumerables textos y películas como La Patagonia Rebelde o Quebracho.
Dirigentes como Emilio López Arango, que en la época en que fue asesinado y habiendo dejado su puesto de director del periódico La Protesta, había retomado su oficio de obrero panadero. O la anécdota narrada por Ernesto Sábato de “Aquel llamado Vallejos, que se desvaneció de hambre en la calle y a quien la policía, al registrarlo y encontrarle un billete de cien pesos, le preguntó por qué con tanto dinero pasaba hambre y él respondió con tranquila dignidad: porque esa plata, señor, es del sindicato”. O como los que protagonizaron la militancia de los años setenta, cuando ofrendaron privilegios, riquezas y hasta su vida en pos de lograr una sociedad más justa. Esas épocas de nuestra historia pintan la conducta de hombres y mujeres, tan extraordinarios como humildes, que contrastan contundentemente con los sindicalistas encumbrados de hoy y hasta con los que reivindican en sus discursos a esa juventud “maravillosa”. 
Estas conducciones son los favorecidos por un modelo que estableció una estatización casi absoluta de las organizaciones gremiales, que permitieron la instalación de dirigentes sindicales que impedían con métodos totalitarios cualquier disidencia, ostentando armas, patotas o la delación  de los opositores ante las patronales, para hacerlos despedir de sus lugares de trabajo, o ante los comandos paramilitares, para hacerlos desaparecer.
Estas prácticas perduraron hasta el presente junto al puñado de hombres que anclaron sus nalgas en los sillones sindicales. Esa organización totalitaria tuvo como contracara la promoción de actitudes poco enriquecedoras de la acción solidaria del movimiento obrero, como alentar el ausentismo laboral y hasta los robos hormiga en las empresas del Estado que complementaban y justificaban los robos elefante que se hacían en las alturas.
En muchas ocasiones, las bases obreras presentaron batallas contra esta dirigencia sindical. Después del Cordobazo, el SITRAC y SITRAM, la seccional Villa Constitución y los ceramistas de Villa Adelina, entre otros, fueron exponentes de la acción movilizadora para desalojar por acción directa a los dirigentes enquistados en los sillones sindicales. Las coordinadoras zonales, especialmente la de la zona norte del Gran Buenos Aires fueron un intento de construcción de estructuras alternativas, que el golpe de 1976 frustró en su desarrollo. Ahora son los trabajadores del subte, los de Kraft y tantos otros que destapan ese estado de insatisfacción permanente con la estructura sindical heredada.     
Los hábitos de vida de la dirigencia sindical argentina son el principal elemento de sospecha, la inmensa mayoría de los que ocupan cargos sindicales están señalados por infinidades de dedos que los  acusan de maniobras non sanctas. Entonces lejos de protegerse con estas medidas de fuerza, que se encubren de discursos encendidos contra los monopolios comunicacionales, los dirigentes de la CGT y de todos los sindicatos deberían poner todas las cuentas sobre la mesa, explicar con lujos de detalles adónde van a parar los fondos de las asociaciones sindicales y de las obras sociales, poner en claro donde se gestó el tren de vida que llevan adelante que, por ejemplo, permitió a Pedraza pagar tres mil pesos mensuales de expensas en una de sus propiedades. Lejos de atemorizarse y recurrir a la gastada frase de que se trata de una campaña en su contra, deberían someterse al esclarecimiento de  cualquier controversia que surja en materia de los movimientos de fondos que los involucra.
La vida sindical está muy lejos de haberse aggiornado a las prácticas democráticas, constituyen un feudo que se preserva con las listas únicas, con todo tipo de amenazas a los que osan alzar una voz disidente y, en los últimos tiempos, con prácticas de nepotismo que establecen un insólito mecanismo hereditario de los cargos gremiales.

Publicado en argenpress,com.ar el 23 de marzo de 2011.