06 julio 2015

Admiro a Messi


(Un texto sobre Messi que escribí en 2012 y que nunca fue publicado. A esta hora de tantos detractores fáciles y de exitistas deprimidos, me pareció interesante compartirlo)

Por Bernardo Veksler
 
Luego de disfrutar cada brillante demostración de sus cualidades deportivas, no cabe otra sensación que el deslumbramiento. Su capacidad para acelerar en breves espacios, para resolver situaciones que serían imposibles para el resto de los mortales, de desplegar su precisión de relojería para introducir a la carrera el esférico en el arco rival,  de desairar al batallón de defensores que corre inútilmente detrás sólo para disimular su rol de espectadores o de inducir a sus rivales a saltar para que se tiro libre pase entre los botines de sus rivales y el césped, hace que el mundo deportivo no deje de asombrarse de su magia.
Pero, esta serie de lugares comunes sobre sus habilidades futbolísticas, no siempre dejan espacio para ponderar sus cualidades humanas, que deberían ser destacadas mucho más aún por provenir de un protagonista indiscutido.
Sus éxitos deportivos no le hicieron despegar los pies de la superficie del planeta, nunca hizo ostentación de sus logros y siempre consideró a sus compañeros como parte insustituible de sus conquistas, haciendo prevalecer en sus declaraciones lo grupal sobre lo individual.
Gran parte de su estelar actualidad se debe a que el Barcelona lo apañó a temprana edad y posibilitó la expansión de su talento sin límite, sin embargo, no olvidó nunca a sus raíces.  Minimizó el peso formidable de las tentaciones y perseveró hasta el cansancio para lucir la camiseta argentina.
 Contra las críticas tan desenfrenadas como intolerantes de muchos hinchas, no alteró su buen talante, sus declaraciones respetuosas y su infinita paciencia. A pesar de las angustias que sufrieron los suyos frente a ese desmesurado acoso, no renunció a integrar el equipo de su país.

Nunca se le conoció una inconducta deportiva, una reacción destemplada frente a la malicia de algún rival o su participación en juergas o festejos desmesurados.
En esta sociedad, donde cotidianamente sus congéneres se desviven por ocupar espacios mediáticos, por ventilar sus intimidades, por generar escándalos y polémicas obtusas, y conquistar a cualquier precio un segundo de fama; Messi no perdió nunca su compostura, humildad, recato y bonhomía.  
Mientras los programas periodísticos se desesperan por introducirse en su intimidad, él prefiere preservar a sus vínculos de la desenfrenada morbosidad del rating.
Como si todo esto fuera poco, su seriedad alcanza a percibir que en su país el cáncer de la pobreza sigue agobiando, sobre todo a "muchos chicos muy jóvenes” que “no les queda otra que salir a la calle a pedir o a trabajar en lo que sea y de bien pequeños". Su éxito no lo logró obnubilar y tiene percepción de que “a muchos padres les cuesta sacar adelante a los niños”.  
Admiro a Lionel Messi, tanto por el despliegue de sus habilidades extraterrenales como por la sabia humildad con que se conduce en su exposición mediática. Este aspecto, tal vez, debería ser destacado con más frecuencia para confrontar con tanta mercantilización de la palabra, hipocresía y soberbia cotidiana. Su bajo perfil debería ser tomado en cuenta como un modelo de conducta para los jóvenes deportistas, de compromiso con la realidad que atormenta a millones pero también para atreverse a soñar con una sociedad mejor.