27 octubre 2016

ENTREVISTA POR EL LIBRO "LA BATALLA DE LOS HORNOS"

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ENTREVISTA

Bernardo Veksler: “La importancia del gremio ceramista fue que echó a la burocracia sindical por la acción directa”


El autor es periodista y escritor. Lo entrevistamos acerca de su libro La batalla de los hornos, publicado en 2014, donde retrata la historia de los obreros ceramistas de Villa Adelina y su propia experiencia como trabajador, delegado y militante del Partido Socialista de los Trabajadores en la fábrica Lozadur durante los años setenta.


Claudia Ferri Miércoles 26 de octubre | Edición del día

  La batalla de los hornos tiene como protagonista a los trabajadores ceramistas de Lozadur, entre ellos estas vos porque también el libro cuenta tu experiencia adentro de la fábrica, ¿cómo lograste reconstruir esta historia?

Después de estar más de dos décadas fuera de Buenos Aires vuelvo en el 2009 y siento un compromiso con mi conciencia de reflejar la historia de tantos compañeros desaparecidos de la fábrica y del gremio. En el Instituto del Pensamiento Socialista comienzo mi investigación. En ese momento me encontré con una comisión de DD.HH de la Zona Norte y que especialmente había una comisión dedicada a los ceramistas. Empecé a participar de la preparación del juicio que se dio el año pasado en el que el libro fue presentado como prueba documental sobre la posible complicidad empresarial con los secuestros. El vínculo inicial fue a través de los familiares y activistas de DD.HH que estaban planteando retomar contacto con viejos compañeros de la fábrica para los testimonios. Me propuse que la historia que estaba reconstruyendo con testimonios estuviera cotejada con documentación, entonces fui a la biblioteca del Congreso a cotejar con los periódicos de la época. No quería limitarla a una historia fría de un documento que muestre una época nada más. Quise reflejar la inserción de los activistas estudiantiles dentro de las fábricas, una cuestión que estaba ausente en el estudio del ascenso obrero de los 70. Entonces me propuse escribir un libro en tres escenarios simultáneos: por un lado la descripción de la realidad política de cada suceso, luego lo que ocurría objetivamente en el gremio y en la fábrica, y el tercero era el plano de la actividad militante, del estudiante que entraba a la fábrica. Ese proceso de inserción, los esfuerzos, los sacrificios, los dilemas, las dudas que se le planteaban a un pibe que de repente se encontraba con que era delegado de una fábrica y tenía que asumir cosas frente a tipos que lo doblaban en edad. Y yo con 23 años fui delegado de esa fábrica.

¿Cómo entraste a la fábrica? ¿Cuáles eran tus expectativas? Yo salí de la facultad, estudiaba Ciencias Económicas y entré a trabajar en una fábrica metalúrgica de autopartes en Pilar que ya no existe. Hice una primera experiencia y a los meses me echaron por una disidencia con un capataz. Yo estaba buscando trabajo en otras metalúrgicas. En ese momento la dirección del partido, el PST, me propuso entrar al gremio ceramista porque hubo una sublevación importante y porque la importancia del gremio ceramista fue que echó a la burocracia sindical por la acción directa. Ocuparon la sede sindical y los echaron. Fue un hecho fenomenal del movimiento obrero. Primero no se acomodaba a mis deseos. Después poco a poco me fui convenciendo. No tenía la grandilocuencia de metalúrgicos pero era un espacio fenomenal, lo que habían hecho fue increíble. Me propuse ingresar y a los dos días ya estaba laburando, era tan fácil entrar. Vos planteas que los ceramistas formaban parte de un gremio atrasado pero que con los años se convirtió en parte de la vanguardia obrera de la Zona Norte en los 70, ¿cómo hace ese proceso de transformación? Es lo que se llama desarrollo desigual y combinado. Durante años fue un gremio tan postergado, explotado, tan traicionado que cuando encontró el pequeño hueco para poder explotar lo hizo. Con el triunfo de Cámpora del 73, el movimiento obrero no esperó, creía seriamente que se venía un cambio y salió a ocupar fábricas, establecimientos públicos, hospitales. Era fenomenal toda la red de ocupaciones. Y Lozadur que era la fábrica más grande del gremio, tenía 1.300 obreros, no esperó ni siquiera al 25 de mayo (que fue el día de la asunción) y dos días antes tomó la fábrica. La propia secretaria de Cámpora comunicándose para que lo levanten y los tipos no querían, porque hubo tres despidos que provocó la patronal, la gente reaccionó y no paró más. Al mes y medio estaban tomando el sindicato. Ahí yo reivindico la acción de la JTP porque ellos fueron el motor del proceso. Esa es la diferencia que hay hoy con la Cámpora, la JTP estaba en las fábricas y se enfrentaba con la burocracia sindical mientras que ellos la tuvieron como aliada. Pero la JTP se sentía en la legalidad del camporismo, sentían que estaba avalado por el gobierno. Eso fue tan grande como impulso que llevó a la ocupación de fábricas a ser un hecho determinante en el cambio de situación de la fábrica. ¿Cómo surge la nueva comisión interna de Lozadur y que cambios van a producirse dentro de la fábrica y del gremio ceramista? Primero tuvieron un trabajo clandestino. En la fábrica yo no estaba y el PST no tenía a nadie pero los relatos que tomé, y que están reflejados en el libro, cuentan cómo se organizaron clandestinamente. Sabían que si asomaban la cabeza los echaban. Se organizaron durante meses en reuniones en lugares clandestinos. Lograron tener un grupo de activistas de base. El activista de Lozadur era de muy bajo nivel pero totalmente definidos, convencidos de ese cambio y que en el agrupamiento era necesario lograrlo. El mismo día que se tomó la fábrica se expulsó a la vieja comisión interna y se eligió por asamblea a nuevos delegados que empezaron a ser la dirección efectiva de la fábrica, todos ligados a la JTP. Entonces empezaron a exigir la renuncia de la Comisión Directiva, elecciones en el gremio y nadie les daba pelota por supuesto, tampoco el Ministerio de Trabajo. Llevaron firmas, reclamos, petitorios hasta que un día se hartaron y dijeron vamos todos al sindicato y fueron en una marcha cientos de compañeros, tomaron el sindicato y dijeron basta. Ahí echaron a toda la burocracia y reclamaron la normalización del gremio eso creo que fue en junio del 73. En agosto la burocracia intenta retomar el sindicato con una patota armada, con ametralladoras. Era fenomenal la cantidad de tiros a tres cuadras de la policía. Todos los vecinos del barrio llamaron a la comisaría, durante dos o tres horas fue un territorio liberado, eso quiere decir que estaba todo pactado para que ellos ocupen el gremio. Ya había renunciado Cámpora, la derecha estaba mucho más consolidada y la burocracia levantaba cabeza nuevamente. Ocupan con sus fuerzas de choque y echan a los compañeros que estaban, porque había guardia permanente. Los ceramistas van a las fábricas, hacen asambleas y marchan todos al sindicato. Una manifestación superior a la anterior, era muy emocionante verla. El sindicato queda rodeado, los tipos pedían que le garanticen la salida indemne de la sede y en el momento que salen, uno de los matones asesina en la puerta a un compañero que estaba haciendo de cordón para protegerlo y eso provoca toda una nueva conmoción: mataron a un compañero, el primer mártir ceramista. Eso generó hasta una convicción de lo que es el armamento obrero. Frente a este hecho, y a la avanzada de las bandas de la derecha peronista, ¿discutieron cambiar las medidas de seguridad? Eran discusiones que se hacían entre el activismo. Ellos convocaron a compañeros para hacer guardias nocturnas, a recaudar armas para poder garantizar la defensa, lo que demuestra también -frente a tanto debate que hubo en esa época- que los obreros cuando quieren armarse es porque tiene un sentido, tener un arma para poder defenderse. Y ahí el sentido era defender sus conquistas y defender su sindicato. ¿Había diferentes posiciones respecto a la autodefensa obrera? La única posición distinta que había era de la gente que simpatizaba con las organizaciones guerrilleras que pregonaba la constitución de grupos armados profesionales para garantizar esa defensa y que muchas veces lo hacían al margen de la organización obrera. Eso se ve en el medio de la dictadura cuando mataron un directivo. Yo reflejo esas discusiones con un compañero de la fábrica que era del ERP- 22 de agosto. Y es interesante porque muestra las polémicas de la época, lo que sosteníamos nosotros y lo que decían las corrientes guerrilleras. Lo simpático es que ese compañero fue después militante del partido. A lo largo del libro planteas la solidaridad entre el barrio y la fábrica, incluso se construyen a la par ¿Cómo se forjó la relación entre ambos? Villa Adelina toda esa zona era rural en la década del 30. La transformación de la zona tuvo que ver con que en un momento fue terminal ferroviaria de ahí salían los trenes a Rosario. El tendido del ferrocarril fue lo que empezó a generar que se lotearan y se empezara a ver la posibilidad de vender terrenos baratos para instalar fábricas. Con el proceso de sustitución de importaciones gran cantidad de fábricas empezaron a instalarse y Lozadur ocupó un predio enorme. En la foto aérea del libro, yo calculo que son como 15 manzanas las que tenía, era enorme. La producción llegó a tener un porcentaje muy importante destinado a abastecimiento de mercado interno, serían 1 millón y medio de piezas por mes. Después, la fábrica se va ampliando, inaugura una planta de venecitas y una sección de porcelana. Entonces eso amplio enormemente su capacidad productiva y su abastecimiento del mercado interno. Hubo una integración muy grande de la fábrica con el barrio porque sus primeros obreros se instalaron en la zona. El ramal del Belgrano que iba hacia Don Torcuato, Grand Bourg, Polvorines, Tortuguitas, Del Viso, fue acomodando a todos los obreros de la fábrica y el tren los llevaba y los traía desde la casa a la fábrica. Eran interesantes las concentraciones espontáneas que se daban en los momentos de cambio de turno en estaciones como Boulogne o en las paradas de colectivo de Villa Adelina. Era una romería espontánea de los obreros de Lozadur, después se fue gestando la industria textil de la zona estaba La Hidrófila, Productex, eran fábricas enormes. Después habían muchas fábricas metalúrgicas que se insertaron ahí, del plástico, Matarazzo, de la alimentación, Paty. Se da todo un proceso de fábricas que estaban muy vinculadas al mercado interno convirtiendo toda esa zona en un polo obrero con mucha importancia. En los 70, como modalidad de lucha, se dio en la zona la ocupación de fábricas. Era una forma de resolver rápidamente un conflicto. Se dio la toma con rehenes, fueron conflictos muy violentos de resolución fulminante, un caso fue el de Matarazzo. Se generó una nueva conducta: las comisiones internas empezaron a sentir que había que llevar la solidaridad a las distintas fábricas porque en el momento de que vos lo necesites también lo tengas. Hicieron mucho los compañeros que estaban en la comisiones interna de la Editorial Abril, habían compañeros del PST, del PO, también en Cormasa, Del Carlo con el compañero Apaza; fue una vanguardia. Los de Matarazzo, una vez que triunfan, también participan de ese proceso. A los de DPH, una fábrica del plástico, también les pasó lo mismo. Ese fue el embrión de la coordinadora del 75 porque empezaron a conocerse, a establecerse lazos solidarios y cuando estalla la necesidad de pegar el salto, la burocracia no respondía a las necesidades de lucha de los trabajadores y frente al pedido de apertura de paritarias con un proceso muy parecido al actual pero abismalmente distinto porque hoy el movimiento obrero no reacciona cómo lo hizo en ese momento con el Rodrigazo. El gobierno se resistía a abrir paritarias y la gente tomó la lucha en sus manos, no esperó que los dirigentes convocaran y una vez que la burocracia se vio desbordada y amenazada en su poder, cuando empezaron a aparecer las coordinadoras que eran un fenómenos que rompía con las organizaciones gremiales y se imponía una organización territorial-sindical. ¿Qué rol tuvo Lozadur dentro de la coordinadora de Zona Norte? No fue tan protagónico, porque la JTP estaba mucho más ocupados en las cuestiones internas, querían tomar la federación del gremio. Como tenían compañeros en Astarsa, se los derivaban a ellos. En el gremio ceramista los que más cumplimos un rol de activar la coordinadora fuimos nosotros, desde el PST. Hasta tal punto que uno de los plenarios se hizo en la seccional recuperada. Era una dirección débil, combativa pero débil y atosigada de problemas. Yo fui a proponerles hacer el plenario en la sede sindical y me decían que sí. Hubo colaboración pero también es cierto que tenían sus limitaciones. Me voy un poco más adelante a los inicios de la dictadura, ¿cómo fue la vuelta a la fábrica al día siguiente de consumado el golpe? Nosotros teníamos la consigna del partido de que si se producía un golpe, no íbamos a laburar ese día. Los obreros ceramistas no acusaron recibo del cambio, no le daban bola. Decían “estamos acá adentro en la fábrica, y acá seguimos mandando nosotros”. A tal punto que fue uno de los primeros gremios en reclamar aumentos de sueldo. No se veía venir el proceso ni lo que significaba. Era como una burbuja la fábrica, se sentían protegidos por la fuerza que lograban cuando se movilizaban. El partido discute que me vaya, estaba muy visibilizado ya en febrero del 76 cuando nos secuestran y matan a un compañero delegado de la fábrica. El otro delegado que sobrevivió a ese secuestro contó que yo era uno de los amenazados por las Tres A en una lista de 10 o 12 compañeros. El cadáver apareció con esa lista. A mí me despiden y me tienen que reincorporar por la lucha de los compañeros. Cuando lo hacen, en abril del 76, había un tipo que ahora deduzco que era un infiltrado. A veces repartía volantes y el tipo los tiraba con asco, pensé que era un tipo que se acomodó con el milico que intervenía el sindicato; él me hace llegar una amenaza del interventor. Entonces la dirección vuelve a discutir conmigo que había habido muchos secuestros. Yo no me quería ir pero lo determinante fue el secuestro de Arturo Apaza. En el libro cuento por ejemplo una cita que estuvimos juntos y vimos que estaba podrida porque había un Falcon que nos estaba siguiendo y ahí nos dividimos. Fue la última vez que lo vi, en marzo del 76, antes del golpe durante el intento de resistir el Plan Mondelli. Cuando entraron a la fábrica y lo secuestraron en mayo, empezaba a haber una ofensiva muy grande. Ahí si hice una maniobra que fue casarme con mi compañera, tomarme licencia y ya no volví más a la fábrica. Fui recorriendo los domicilios de los compañeros para explicarles porque me iba y lo comprendían. Al año siguiente explota un nuevo conflicto. Los compañeros se sentían tan fuertes, aún en medio del gobierno militar, empezaron a hacer petitorios para aumentos de salarios con quites de colaboración. Los delegados que existían todavía fueron convocados al Ministerio de Trabajo, uno de ellos, Pablo Villanueva que era un compañero del PST fue intimado a levantar el conflicto. En el medio de eso hubo un atentado y matan a un directivo de la fábrica. Suponemos que fue una represaría que se tomaron pero también era un conflicto con la patronal que provocó despidos masivos en ese mismo momento: un ataque generalizado a los trabajadores. Queda confuso si el atentado contra este directivo fue determinante, pero seguro encarajinó la situación. ¿Esta ofensiva de la patronal tiene que ver con los secuestros y desaparición de varios ceramistas entre octubre y noviembre de 1977? Todas son fechas muy parecidas pero depende de la fábrica. Los de Lozadur son todos secuestrados en noviembre en uno o dos días luego del conflicto. Los de octubre son los de Cattaneo, ellos también tenían los suyos. Pero ahí los milicos entraron en la fábrica y se llevaron a los compañeros de la fábrica. Salvo uno que ese día no fue a laburar y lo fueron a buscar a la casa. Así que la complicidad de la patronal estaba en marcar a los activistas, eso fue evidente. Igual a mí siempre me queda la duda de cuantos compañeros fueron secuestrados y desaparecidos porque el informe desclasificado de la embajada de EE.UU., que está citado en La Batalla de los hornos, habla de al menos 20 obreros secuestrados de Lozadur y otros 10 del resto del gremio. Como la característica del obrero de la zona era que venía del interior, muchos no tenían familia y vivían en pensiones ¿quién hacía la denuncia del secuestro? quién reclamaba por ese compañero desaparecido? La embajada de EE.UU. dice que consultó fuentes empresarias y militares y les dijeron que eran 30 secuestrados. Por lo que pudimos reconstruir todos fueron a parar al Campito, en Campo de Mayo. Se supone que fueron tirados en los vuelos de la muerte al Río de la Plata. Pero no hay mucho más testimonio. El juicio terminó, yo intervengo para plantear el tema de la complicidad empresaria y el libro fue entregado en el juicio como prueba documental. ¿Estás trabajando en algo nuevo? Después de este libro incursioné en la ficción con Fatalidad en el Paraíso publicado en agosto de este año, transcurre en la Patagonia. En este tiempo estoy escribiendo sobre un superhéroes cartonero que empalma la historia con los pueblos originarios porque es un descendiente del pueblo Sélk’nam de Tierra del Fuego y que los poderes sobrenaturales los consigue de casualidad al comer carne de guanaco que era el alimento fundamental de sus ancestros y lo convierte en un superhéroe que lucha por sus compañeros. Se llama Seriot.